
Sin embargo, el trabajo de esta gente sigue siendo digno, tan digno como el de un trabajador de oficina. Y además hermoso, porque particularmente me hace valorar las pequeñas cosas.
Además agradezco que este personaje -que aún puedo oír dando vueltas por la urbanización- haya desterrado el sonido horrible de la alarma de mi celular para levantarme una mañana, sustituyéndola por armónicos y suaves tonos que me hacen pensar en la Venezuela de mi infancia.
He pensado también en todas esas profesiones que han pasado al olvido, por el progreso, por las mejoras de la tecnología, y pensé también en toda la gente que en algún momento se quedó sin trabajo por ese progreso que es algo natural en la historia humana. Ayer leía un artículo sobre una bodega que aún subsiste junto a su propietario en Guatire, sentí nostalgia por esas bodegas de Los Teques y Carrizal -que ya desaparecían en mi niñez- en las que compraba 4 chiclets o dos tabaquitos de chocolate por un bolívar.
Envío mis bendiciones y un cargamento de suerte a este amolador que hoy me sacó de mi sueño REM, en este domingo más... un día más para trabajar.
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