Salir a la calle en Venezuela se ha convertido en tarea de vida o muerte. Esta mañana cuando iba desde Chacaíto al C.C. Lido me percaté de algo que aparentemente se me había vuelto costumbre ver todos los días.
Tuve que bajarme varias veces de la acera para poder caminar porque la cantidad de basura en las calles es insólita.
Justo cuando tomé la parte final del boulevard no pude evitar "engorilarme" (sí, me convertí en King Kong, y perdonen ustedes mi francés) porque hay que pasar sobre unas tablitas que, luego de la lluvia y con cada pisada, salpican pantalones, faldas y piernas sin distinción de colores, medias o precios de zapatos.
Me pregunté mil veces si es tan difícil entender que para arreglar el piso del boulevard (que tienen como un año "arreglando") deben romper primero un lado, arreglarlo, y después hacer lo mismo del otro lado. Así no se crea al caos que tenemos ahora.
Pues bien, a mediodía tuve que hacer exactamente el mismo recorrido y volver a sufrir toda esta cantidad de inconvenientes que al parecer vienen gratis cuando uno realiza el pago de impuestos.
Pero entre la gente caminando apurada y recordando a vox populi a las señoras madres de los gobernantes involucrados (que nada tienen que ver con la incompetencia de sus niños), entre el ruido de las cornetas de las camionetas y los taxistas desesperados para pasar, y el sonido nada glamoroso de los taladros con los que eliminan las viejas baldosas curvas que tanto llamaban la atención en Chacaíto, tuve la oportunidad de ver un oasis como pocos.
A alguien se le ocurrió colocar un plato grande (de esos que se ponen debajo de los materos para que no chorreen las plantas al regarlas) repleto de agua. El plato, estaba justo detrás de las tiras amarillas que no dejan pasar a la gente sobre el piso que, aún subsiste incólume esperando a ser destruido por el furioso taladro.
Lo hermoso fue ver como decenas de palomitas torcazas, esas pequeñitas y marrones que inundan muchas ciudades de Latinoamérica, bebían agua y agitaban potentes sus alas salpicando para bañarse en esta especie de piscina que, me imagino, nunca había sido soñada en esta ciudad de desgracias y concreto.
Ellas lucían felices e indiferentes a todo el ruido y el movimiento que sufrimos los caraqueños. Muchos volteaban a mirar. Una corte de obreros observa entretenido y celebraba la felicidad de estas pequeñas aves. Muchas sonrisas se vieron entre los transeúntes.
Lamenté mucho no llevar una cámara encima.
24 agosto 2007
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3 comentarios:
hey, esta bueno este post, es verdad que a veces cuando nos rodea el caos, nos limitamos a quejarnos y a rabiar, y no observamos algunas cosas que son capaces de arrancarnos una sonrisa! saludos!
Caracas Caracas...
Siii, una odisea ser ciudadano Caraqueño...
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