Hace unos días estuvimos en el Museo del Oro y debo decir que disfruté mucho una pequeña muestra de piezas procedentes del Museo de Shanghai: "Dragones Imperiales de China".
Lo que más me gustó fue la elaborada decoración de cada uno de los objetos expuestos, entre ellos las cerámicas, pinturas y vestuario con minucioso bordado. Unos provenientes de años cercanos, otros de la más inimaginable antigüedad. Hay barro, jade, seda... los materiales deliciosos, los acabados casi perfectos, como si en esas épocas hubieran usado un láser para tallar.
Lástima que no dejan tomar fotos, pero realmente vale la pena visitarlo. Me pregunté cómo una sociedad con un concepto artístico-utilitario tan refinado, avanzado y distintivo de cualquier otro colectivo cultural, deba soportar a un retrógrado sistema comunista (ante el que sucumben los de abajo), pero a la vez capitalista y del más salvaje (que llena las arcas y enfunda los dientes de oro de los de arriba)... en fin, cosas de la paradójica historia.
Ilustro este post con un un par de afiches dispuestos en la sala donde se dictan los talleres en el museo, y un mínimo dragón colgante que, alejado de sus amigos procedentes de Shangai, embellecía los espacios pulcros del recinto, justo donde se exponen las piezas precolombinas.
Creo que estaba hecho de papel y cartón, era tan pequeño y estaba tan lejano, suspendido en el abismo, que mi miopía no me dejó apreciarlo bien. El zoom de mi cámara ayuda y agradezco que sea una extensión de mis sentidos, así ustedes también pueden disfrutar de las extraordinarias pequeñeces de la vida, esas que siempre me encuentro en el camino...
09 noviembre 2010
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