21 junio 2010

Testigo de mesa

Ayer fue un día raro. Recibimos la visita de nuestros amigos austríacos y colombianos, celebramos el día del padre con una cena de puré de papas, guisantes en mantequilla y cerdo con ajo, cebolla larga (cebollín) y miel, fue el primer día del padre que pasé sin mi papá (gracias a Dios existe Skype), y sinceramente lo extrañé un montón.
Para no contar el día al revés, en una especie de
flash back volveré a mi cama y abriré los ojos. Me desperté muy temprano con el sonido de los tacones en la calle, me encantó que las mujeres usaran sus zapatos altos un domingo, casi de madrugada, para ir a votar.
Aunque fue enorme la abstención en esta segunda vuelta electoral en la que Santos y Mockus se disputaban el cargo mayor, debo decir que por aquí, desde mi gran ventanal, vi bastante gente bajando a cumplir con su deber en las carpas dispuestas bajo la lluvia, en plazas y parques circundantes.
Aquí los centros de votación están en la calle a la vista de todos, los colombianos hacen su colita con orden, sin protestas acaloradas ni gritos a favor o en contra de alguien. Además llovía, algo atípico en esta semana en la que brilló el sol con bastante frecuencia.
El resto del día transcurrió tranquilo, como un domingo más. Sólo me recordó que había elecciones la franela verde perico con girasoles que cargaba una de nuestras amigas durante el almuerzo.

Como no tenemos televisor, escuchamos un poco del partido de Brasil y no sé quién por internet, luego un poco de música electrogótica en alemán y, cuando nuestros amigos se mueron, los dos chicos que viven conmigo se fueron a dormir.
Entonces revisé las páginas de algunos periódicos de Bogotá y ya daban al ganador... me sentí tan rara (¡una hora después y ya tenían el 99,7% de las mesas escrutadas! ¿no lo hacen manual?).

Siguió una sesión intensa en Facebook y Twitter mientras Santos llegaba al Campín para dar su discurso como presidente electo, yo veía por la web de su partido cuánta gente se conectaba para ver el cuento on-line, 400, 500, 600 y más... entonces comencé a llorar, no porque ganara Santos, no porque perdiera Mockus, sino porque se me había olvidado qué se sentía como país enfrentarse al ejercicio democrático de una elección aparentemente transparente, con el comportamiento ejemplar de los electores, la fortaleza e independencia de las instituciones, y finalmente el cambio de presidente (y con él, de rumbo, de objetivos, de futuro).
No soy quién para decir si los colombianos eligieron mal o bien (tengo mis preferencias políticas y muchos las conocen), sólo felicito (y envidio) que su país funcione, que la gente tenga la oportunidad de expresarse, que las instituciones (aún con sus vicios) sirvan como garantes de una democracia que, a punta de sangre, tanto les ha costado construir.
Felicito a Colombia por su sistema, por mostrarle al mundo que son una nación hermosa, por permitirme ser testigo de su ejercicio democrático, ese que deseo hasta la muerte podamos recuperar los venezolanos en corto tiempo.

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