Cuando estaba en el colegio ninguna tarea me gustaba más que hacer un germinador. Era maravilloso ver los brotes de caraotas negras (fríjoles) atrapadas en un frasco de compota, para luego estirarse en unos tallos perfectos que iban abriéndose con la luz del sol. El milagro del fototropismo, pues.
Este recuerdo viene a que mi amiga Vivian, y su amiga María Paola, se inventaron un plan vacacional vespertino que me encanta. Reciben chicos entre 3 y 7 anios y los ayudan a explotar su creatividad ecológica en el Centro de Servicio de los Multifamiliares, en La Candelaria, Bogotá.
Los programas incluyen yoga, pintura, música, teatro, lectura, manualidades con materiales reciclables, títeres ecológicos y recreación dirigida. Tienen un costo de 10.000 pesos por un día. 35.000 pesos por una semana y 70.000 por dos semanas.
Los teléfonos de estas dedicadas chicas que aman a los infantes y les encanta el tema verde son: 300-6124416 (Vivian) y 300-5250682 (María Paola).
28 junio 2010
25 junio 2010
Esto es nobleza
La maltratamos tanto, y ella siempre florece entre escombros. Pero sinceramente no se si esta vez la Tierra echara flores.
Los derrames petroleros en el Golfo de Mexico y en el Zulia en Venezuela me tienen molestisima, ambos casos son el mejor ejemplo del poder mercantil versus la violada naturaleza.
El daño podria ser irrecuperable, y ningun fajo de billetes verdes devolvera la vida a cada individuo animal o vegetal que la marea negra encuentra a su paso.
Lamentablemente la vida no se compra. Sin embargo, esta foto me reconforta: una semilla que el viento transporto al azar, tuvo la fuerza para romper el concreto, mirar hacia la luz y brotar con sus hermosos tallos verdes y petalos amarillos. Cada vez que veo esta planta floreciendo entre la basura, sueño con un mundo sin la cicatriz de las empresas (y personas) irresponsables.
*Disculpen, hoy tengo un teclado sin tildes.
Los derrames petroleros en el Golfo de Mexico y en el Zulia en Venezuela me tienen molestisima, ambos casos son el mejor ejemplo del poder mercantil versus la violada naturaleza.
El daño podria ser irrecuperable, y ningun fajo de billetes verdes devolvera la vida a cada individuo animal o vegetal que la marea negra encuentra a su paso.
Lamentablemente la vida no se compra. Sin embargo, esta foto me reconforta: una semilla que el viento transporto al azar, tuvo la fuerza para romper el concreto, mirar hacia la luz y brotar con sus hermosos tallos verdes y petalos amarillos. Cada vez que veo esta planta floreciendo entre la basura, sueño con un mundo sin la cicatriz de las empresas (y personas) irresponsables.
*Disculpen, hoy tengo un teclado sin tildes.
24 junio 2010
Papas con vestido morado
Este post se lo debía a Inés... como estaba haciendo ensalada de gallina, para no olvidar mis costumbres culinarias venezolanas, aproveché para tomarle una foto a las papas "tocarreñas" (como dice en el empaque).
Fue difícil porque el zoom de mi cámara no ayuda con objetos tan pequeños, pero hice el intento. En fin, estas papas tienen la piel color púrpura, por dentro son blanquísimas, y cuando las cocinas quedan como mantequilla.
Generalmente las uso para hacer puré y en la ensalada de hoy quedaron buenísimas (pero las corté en cuadros antes de hervirlas)... ayer las hice fritas y se deshacían al moverlas en el aceite ¡quedaron riquísimas!
Me pregunté qué pasaría si las hirviera o las horneara con cáscara ¿perderían el color? ¿se teñiría su corazón?... esa tarea se la dejo a Inés con su laboratorio gastronómico, yo el día que tenga horno lo haré por pura ociosidad.
*Aquí en Colombia hay papa sabanera, pastusa, criolla, blanca... casi que con lunares azules y rayas rosadas. En la medida que las aprenda a diferenciar les iré contando.
Fue difícil porque el zoom de mi cámara no ayuda con objetos tan pequeños, pero hice el intento. En fin, estas papas tienen la piel color púrpura, por dentro son blanquísimas, y cuando las cocinas quedan como mantequilla.
Generalmente las uso para hacer puré y en la ensalada de hoy quedaron buenísimas (pero las corté en cuadros antes de hervirlas)... ayer las hice fritas y se deshacían al moverlas en el aceite ¡quedaron riquísimas!
Me pregunté qué pasaría si las hirviera o las horneara con cáscara ¿perderían el color? ¿se teñiría su corazón?... esa tarea se la dejo a Inés con su laboratorio gastronómico, yo el día que tenga horno lo haré por pura ociosidad.
*Aquí en Colombia hay papa sabanera, pastusa, criolla, blanca... casi que con lunares azules y rayas rosadas. En la medida que las aprenda a diferenciar les iré contando.
21 junio 2010
Testigo de mesa
Ayer fue un día raro. Recibimos la visita de nuestros amigos austríacos y colombianos, celebramos el día del padre con una cena de puré de papas, guisantes en mantequilla y cerdo con ajo, cebolla larga (cebollín) y miel, fue el primer día del padre que pasé sin mi papá (gracias a Dios existe Skype), y sinceramente lo extrañé un montón.
Para no contar el día al revés, en una especie de flash back volveré a mi cama y abriré los ojos. Me desperté muy temprano con el sonido de los tacones en la calle, me encantó que las mujeres usaran sus zapatos altos un domingo, casi de madrugada, para ir a votar.
Aunque fue enorme la abstención en esta segunda vuelta electoral en la que Santos y Mockus se disputaban el cargo mayor, debo decir que por aquí, desde mi gran ventanal, vi bastante gente bajando a cumplir con su deber en las carpas dispuestas bajo la lluvia, en plazas y parques circundantes.
Aquí los centros de votación están en la calle a la vista de todos, los colombianos hacen su colita con orden, sin protestas acaloradas ni gritos a favor o en contra de alguien. Además llovía, algo atípico en esta semana en la que brilló el sol con bastante frecuencia.
El resto del día transcurrió tranquilo, como un domingo más. Sólo me recordó que había elecciones la franela verde perico con girasoles que cargaba una de nuestras amigas durante el almuerzo.
Como no tenemos televisor, escuchamos un poco del partido de Brasil y no sé quién por internet, luego un poco de música electrogótica en alemán y, cuando nuestros amigos se mueron, los dos chicos que viven conmigo se fueron a dormir.
Entonces revisé las páginas de algunos periódicos de Bogotá y ya daban al ganador... me sentí tan rara (¡una hora después y ya tenían el 99,7% de las mesas escrutadas! ¿no lo hacen manual?).
Siguió una sesión intensa en Facebook y Twitter mientras Santos llegaba al Campín para dar su discurso como presidente electo, yo veía por la web de su partido cuánta gente se conectaba para ver el cuento on-line, 400, 500, 600 y más... entonces comencé a llorar, no porque ganara Santos, no porque perdiera Mockus, sino porque se me había olvidado qué se sentía como país enfrentarse al ejercicio democrático de una elección aparentemente transparente, con el comportamiento ejemplar de los electores, la fortaleza e independencia de las instituciones, y finalmente el cambio de presidente (y con él, de rumbo, de objetivos, de futuro).
No soy quién para decir si los colombianos eligieron mal o bien (tengo mis preferencias políticas y muchos las conocen), sólo felicito (y envidio) que su país funcione, que la gente tenga la oportunidad de expresarse, que las instituciones (aún con sus vicios) sirvan como garantes de una democracia que, a punta de sangre, tanto les ha costado construir.
Felicito a Colombia por su sistema, por mostrarle al mundo que son una nación hermosa, por permitirme ser testigo de su ejercicio democrático, ese que deseo hasta la muerte podamos recuperar los venezolanos en corto tiempo.
Para no contar el día al revés, en una especie de flash back volveré a mi cama y abriré los ojos. Me desperté muy temprano con el sonido de los tacones en la calle, me encantó que las mujeres usaran sus zapatos altos un domingo, casi de madrugada, para ir a votar.
Aunque fue enorme la abstención en esta segunda vuelta electoral en la que Santos y Mockus se disputaban el cargo mayor, debo decir que por aquí, desde mi gran ventanal, vi bastante gente bajando a cumplir con su deber en las carpas dispuestas bajo la lluvia, en plazas y parques circundantes.
Aquí los centros de votación están en la calle a la vista de todos, los colombianos hacen su colita con orden, sin protestas acaloradas ni gritos a favor o en contra de alguien. Además llovía, algo atípico en esta semana en la que brilló el sol con bastante frecuencia.
El resto del día transcurrió tranquilo, como un domingo más. Sólo me recordó que había elecciones la franela verde perico con girasoles que cargaba una de nuestras amigas durante el almuerzo.
Como no tenemos televisor, escuchamos un poco del partido de Brasil y no sé quién por internet, luego un poco de música electrogótica en alemán y, cuando nuestros amigos se mueron, los dos chicos que viven conmigo se fueron a dormir.
Entonces revisé las páginas de algunos periódicos de Bogotá y ya daban al ganador... me sentí tan rara (¡una hora después y ya tenían el 99,7% de las mesas escrutadas! ¿no lo hacen manual?).
Siguió una sesión intensa en Facebook y Twitter mientras Santos llegaba al Campín para dar su discurso como presidente electo, yo veía por la web de su partido cuánta gente se conectaba para ver el cuento on-line, 400, 500, 600 y más... entonces comencé a llorar, no porque ganara Santos, no porque perdiera Mockus, sino porque se me había olvidado qué se sentía como país enfrentarse al ejercicio democrático de una elección aparentemente transparente, con el comportamiento ejemplar de los electores, la fortaleza e independencia de las instituciones, y finalmente el cambio de presidente (y con él, de rumbo, de objetivos, de futuro).
No soy quién para decir si los colombianos eligieron mal o bien (tengo mis preferencias políticas y muchos las conocen), sólo felicito (y envidio) que su país funcione, que la gente tenga la oportunidad de expresarse, que las instituciones (aún con sus vicios) sirvan como garantes de una democracia que, a punta de sangre, tanto les ha costado construir.
Felicito a Colombia por su sistema, por mostrarle al mundo que son una nación hermosa, por permitirme ser testigo de su ejercicio democrático, ese que deseo hasta la muerte podamos recuperar los venezolanos en corto tiempo.
19 junio 2010
De verde y censura
Tenemos nuevos miembros en la familia, una planta que llaman "plumitas" y una picante chica de ajíes amarillos, naranjas y rojos que me parece divertidísima... ambas están acompañadas de una palmera enana que nos recuerda a las costas de Aragua y un pinito de pocos meses de vida que, pretendemos llenar de luces en Navidad.
La excusa para comprar a este último fue: 1. no tener árboles de plástico ocupando espacio en el closet durante 11 meses en el año / 2. no comprar pinos navideños sin raíz para luego botarlos a la basura (eso no es cool).
Al pino y la palmera no los fotografié por falta de batería (y aquí las pilas me parecen carísimas), pero junto a las coloridas damas que sí les muestro, llenan de vida este espacio que se ve gigante con los muebles brillando por su ausencia. Ojalá las disfruten, aquí hay muchas plantas exóticas y hermosas que puedes comprar por 8 o 12 mil pesos en la calle (incluyendo los famosos jalapeños).
*No me gusta la moderación de comentarios, me parece una especie de censura que va en contra de mis principios periodisticos. Pero si bien antes no la usaba, una lluvia de spam salpicó este blog durante todo el tiempo que estuve sin escribir en él. Por eso me puse pichirre con el espacio y decidí ponerme la bata fea, con látigo incluido, del censurador. Lo que moderaré será el mensaje basura tipo spam, si me insultan elegantemente lo publicaré, no se preocupen por eso (pero si usan groserías no justificadas, pues entonces no verán su sueño publicado en autoktonus).
La excusa para comprar a este último fue: 1. no tener árboles de plástico ocupando espacio en el closet durante 11 meses en el año / 2. no comprar pinos navideños sin raíz para luego botarlos a la basura (eso no es cool).
Al pino y la palmera no los fotografié por falta de batería (y aquí las pilas me parecen carísimas), pero junto a las coloridas damas que sí les muestro, llenan de vida este espacio que se ve gigante con los muebles brillando por su ausencia. Ojalá las disfruten, aquí hay muchas plantas exóticas y hermosas que puedes comprar por 8 o 12 mil pesos en la calle (incluyendo los famosos jalapeños).
*No me gusta la moderación de comentarios, me parece una especie de censura que va en contra de mis principios periodisticos. Pero si bien antes no la usaba, una lluvia de spam salpicó este blog durante todo el tiempo que estuve sin escribir en él. Por eso me puse pichirre con el espacio y decidí ponerme la bata fea, con látigo incluido, del censurador. Lo que moderaré será el mensaje basura tipo spam, si me insultan elegantemente lo publicaré, no se preocupen por eso (pero si usan groserías no justificadas, pues entonces no verán su sueño publicado en autoktonus).
18 junio 2010
Aniversario neogranadino
Tengo un mes viviendo en Bogotá y es la primera vez que se va la luz (y solo por unos cinco minutos). De hecho hay cosas que extraño de Venezuela, pero esa, que se vaya la luz a cada rato, no. No la extraño ni un poquito.
Lo que sí me hace falta es la bulla, me faltan los gritos de los venezolanos cantándole goles a los argentinos mientras se pintan la cara de verde, amarillo y azul como los brasileños...
Estoy perpleja con la tranquilidad, los bogotanos parecen no exaltarse con nada, de hecho cuando te arman un lío lo hacen con voz susurrante, con quietud y entre algunas palabrotas que usan con muchísimo sosiego. A veces me imagino lo divertido que sería un maracucho viendo una justa futbolística entre bogotanos y deliciosas cervezas Águila (de esas que no dan ratón). Sería un emocionante escándalo.
Aquí, los goles del primer juego de Alemania los canté yo sola, casi tapandome la boca para que los vecinos no crean que soy una soberana loca. Pero es que me encanta el fútbol, y para extrañeza de muchos, a mi marido alemán no le hace ni coquito...
Esta ciudad me encanta. Esa quietud que, me inquieta y a la vez me aleja de la paranoia colectiva en la que vivimos los venezolanos (allá en Venezuela), me cayó como anillo al dedo. Aunque no tengo trabajo todavía, y mis nervios de workaholic a veces hacen de las suyas, he tenido chance de estrechar lazos familiares, rescatar contactos que creía perdidos, reencontrarme con las artes plásticas y descubrir cosas interesantísimas en cada calle que he podido transitar.
Aún trato de deslastrarme de la mencionada paranoia veneca y comienzo a salir sola por estos lares, todavía me vuelvo un lío con las carreras y las calles de Bogotá, una ciudad que no parece tener fin, repleta de lugares y cosas para satisfacer los minutos u horas de ocio, y flanqueada en un cerro hermoso que a veces entre el efecto prismático del sol suele recordarme a mi querido y recordado Ávila.
*Prometo seguir contando...
Lo que sí me hace falta es la bulla, me faltan los gritos de los venezolanos cantándole goles a los argentinos mientras se pintan la cara de verde, amarillo y azul como los brasileños...
Estoy perpleja con la tranquilidad, los bogotanos parecen no exaltarse con nada, de hecho cuando te arman un lío lo hacen con voz susurrante, con quietud y entre algunas palabrotas que usan con muchísimo sosiego. A veces me imagino lo divertido que sería un maracucho viendo una justa futbolística entre bogotanos y deliciosas cervezas Águila (de esas que no dan ratón). Sería un emocionante escándalo.
Aquí, los goles del primer juego de Alemania los canté yo sola, casi tapandome la boca para que los vecinos no crean que soy una soberana loca. Pero es que me encanta el fútbol, y para extrañeza de muchos, a mi marido alemán no le hace ni coquito...
Esta ciudad me encanta. Esa quietud que, me inquieta y a la vez me aleja de la paranoia colectiva en la que vivimos los venezolanos (allá en Venezuela), me cayó como anillo al dedo. Aunque no tengo trabajo todavía, y mis nervios de workaholic a veces hacen de las suyas, he tenido chance de estrechar lazos familiares, rescatar contactos que creía perdidos, reencontrarme con las artes plásticas y descubrir cosas interesantísimas en cada calle que he podido transitar.
Aún trato de deslastrarme de la mencionada paranoia veneca y comienzo a salir sola por estos lares, todavía me vuelvo un lío con las carreras y las calles de Bogotá, una ciudad que no parece tener fin, repleta de lugares y cosas para satisfacer los minutos u horas de ocio, y flanqueada en un cerro hermoso que a veces entre el efecto prismático del sol suele recordarme a mi querido y recordado Ávila.
*Prometo seguir contando...
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