Justo en la carrera 4, entre las calles 13 y 14 hay una pared especial. El arte callejero encuentra en ella un soporte de expresión delicioso que muta mes a mes, porque los graffiteros van plasmando su expresión en capas, capas y capas...
Lo más sabroso es que no son rayas, pintas de esas horrorosas que causan muecas en el alma, sino verdaderas ilustraciones, unas más dulces que otras, pero todas con estilo propio y técnica de esa que no se aprende sino que va en los genes marcada como talento.
Un domingo pasando por allí, capturé a estos artistas con sus sprays haciendo una capa nueva. Me encantó que tienen plena libertad de acción, no hay policías corretéandolos, ni acosadores matraqueando. Comprendí que aquí, por lo menos en esta parte de Bogotá, se considera que el graffiti no es delincuencia, sino una forma de expresión urbana.
Estas ilustraciones ya no están en esa pared. Hay nuevas, hermosas y coloridas, de estética pin-up, indígena o futurista, imagino que producto de otros artistas de paso. Yo, seguiré contenta divirtiéndome con la psicodelia de este muro mutante, escondido entre las elegantes casas coloniales y las construcciones cincuentonas de La Candelaria.
18 octubre 2010
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