23 agosto 2010

Camino a Monserrate (Bogotá)

Este fin de semana subimos al Cerro de Monserrate (tenía como 4 años que no iba), nos fuimos a pie desde casa subiendo por la avenida Jiménez que encanta con su espíritu bohemio.
Antes de llegar a la taquilla bordeas un trozo de carretera pl
agada de verde y aire puro, desde la cual puedes divisar una galería de arte contemporáneo que parece darle la bienvenida a los viajeros que visitan la Quinta de Bolívar.
Pagamos 8.00
0 pesos cada uno (de lunes a sábado es más caro, y hay recargo nocturno), y nos subimos al funicular porque íbamos con el coche del peque. Por esa tarifa tienes la opción de subir también en teleférico, incluso puedes subir en un tipo de transporte y bajar en el otro.
Ya en el funicular sólo queda disfrutar de la montaña a tus espaldas, y al frente, una vista irrepetible de la ciudad que par
ece infinita por sus cuatro costados.
Al llegar arriba te recibe el camino de piedra fla
nqueado por las estaciones del Vía Crucis que son famosas entre los peregrinos del lugar. Todo es flores, pequeños pinos, y frailejones blancos que contrastan con el dolor de cada una de las imágenes de la ruta.
El Cristo resucitado en l
a última estación parece saludar a quienes suben al santuario en el que reside el Señor Caído y la réplica de la virgen negra que, desde España, le da nombre al lugar.
El tem
plo es impecablemente blanco y está repleto de estrellas de luz que, imagino, sólo encienden en diciembre. Incluso detrás de la cruz que está sobre la iglesia hay una estrella gigantesca. Las escalinatas para acceder a ella son realmente raras, no sé si es la inclinación o qué, pero siempre mis rodillas siempre sufren cuando las subo.
Adentro, puedes ir por un costado a ver la imagen del Cristo caído que esta justo sobre el alt
ar, mientras el sacerdote oficia la misa entre dos ángeles realmente hermosos. Detrás hay una capilla con coloridos vitrales en la que exponen el Santísimo.
Un equilibrio armónico entre turismo y devo
ción. A mí, me encanta además, la vista de Bogotá, el despegarse de la ciudad para divisar la pequeñez de la humanidad y la grandeza de la obra nacida de nuestras propias manos. *Sinceramente, la visita valió el dolor de rodillas que ahora me gasto.



No hay comentarios.: