Me encanta escuchar el sonido de los cascos de los caballos trotando por el pavimento a toda hora del día. Es un sonido que me reconforta, que me hace sentir parte de la tierra, y me hace olvidar mi presencia en la metrópoli.
Una de las cosas que me gusta de Bogotá es esa, el contraste divino entre lo vanguardista y lo rural. Ese magnífico contrapunteo entre tacones y trote animal, que escucho a diario, justo frente a mi casa.
En esta ciudad avanzada, en la que conviven en armonía los aires coloniales, bohemios y futuristas, pululan los chatarreros y sus improvisadas carretas tiradas por caballos o asnos. Puedes verlos en las calles de La Candelaria, o incluso en las grandes avenidas (como ayer mientras iba absorta en mis pensamientos viajando en el Transmilenio).
También puedes ver las mullidas llamas, destinadas a pasarse la vida sonriendo ante las cámaras de sus dueños en la Plaza Bolívar o en la subida a Monserrat. Todo para ganarse el sustento junto a sus amadas crías.
En fin, amo esta ciudad, la misma de rumbas con nariz levantada y chatarreros trabajando a caballo.
17 julio 2010
Contrapunteo entre tacones y cascos
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